No se debería
evitar el dolor.
En la vida hay que derramar lágrimas”.
Mensajes que oigo por ahí y que me hacen pensar que están dichos para
mí.
Porque llorar parece haber sido siempre una señal de
debilidad, de fracaso emocional, de auto-compasión.
Cuando se podría ver, como un derribo que acaba en
reconstrucción, un camino de baldosas amarillas que nos guía a la salida en ese
laberinto que a veces es la vida o de una valentía que no se pueda medir por la fuerza que se tenga… si no por la
entereza que se pueda llegar a demostrar.
Y no es, qué quién no llore no sienta.
Lo veo más bien, como que quién no llora, no es capaz de
entender…
Que siempre hay un vaso a punto de colmarse, un reloj de arena
a punto de vaciarse en un costado y completarse al otro lado o una línea que
traspasar hasta encontrarnos con la siguiente.
Es tan bueno llorar como malo no ser capaz de hacerlo.
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