Quizá aprendí a irme. Mi límite está en tres intentos (o cuatro). Sí, tengo el límite a esa altura, qué le vamos a
hacer… (ya sé que es bajo, muy bajo). Y aun con toda esa experiencia sigo sin tener ni
puta idea de cómo despedirme. ¿A cuántas despedidas estamos, tú y yo, de darnos
el último adiós? El definitivo, ese que te dice que a partir de aquí
ya no hay nada más que los restos de lo que no logramos ser. Sigo teniendo el
ridículo vicio de parar mi vida por si llegas tarde… (aun sabiendo que no vas a venir, aun siendo yo
la que no quiere que vuelvas). Es absurdo. No sé por qué lo hago y tengo que
parar de hacerlo.
Me paso los días conjugando el verbo
«después» en primera persona, así que imagínate. A veces no me entiendo ni yo… que llevo toda la
vida conmigo y, aun así, sigo sin asimilarme. Por eso no te voy a pedir que me
entiendas, no quiero hacerte perder el tiempo de esa manera. Bastante tenemos
ya con lo que no tenemos, como para hacer nuestros los añadidos de los demás. Y pienso en ese deseo incomprensible que tenemos de
querer pasar toda tu vida con la misma persona, con la de peces que hay en el
mar… ¿? (leer en
modo irónico) Quitarse de estos pensamientos es más difícil que
quitarse de la droga.
Me gusta dar todo lo que tengo, lo mejor de mí,
pero no a todo el mundo. Necesito poner(me) ciertos límites para que no me
hagan daño gratuitamente, para pensar que sigo teniendo el control de mi vida
(aunque nada más lejos de la realidad), para cuidarme y protegerme de todo ese
mal que anda suelto y que cada vez parece que va a más… porque si no te cuidas
tú ¿quién lo hará? La gran mayoría de las conversaciones
trascendentales que tengo son conmigo misma. Y en esas charlas, mano a mano, lo veo claro.
Después ya no tanto…
Si la vida cambia… ¿cómo no vamos a cambiar con
ella? ¿Evolucionamos o empeoramos? Esto tampoco lo tengo
muy claro. Creo que lo más importante es no cambiar nuestra
esencia, mantenerla y no perderla, pese a todo. Y no justificar nuestras
miserias con dichos cambios.
¿Te has dado cuenta de lo lejanas que estamos? Y no estoy hablando
de distancia. Quizá, esta sí que sea la última vez y ya no nos queden más
oportunidades, ni en esta vida ni en la próxima… (si es que la hay). ¿En qué punto empieza lo que se acaba? ¿Alguien lo sabe? Prometo poner atención esta vez y no llegar al primer día del
resto de mi vida sin saber qué es lo que ha pasado o cómo he llegado hasta
allí.
Me fui, aunque quería quedarme. He de reconocer que a veces le echo un par de huevos a según qué
situaciones, que me entra un valor que no sé de dónde sale y que tomo
decisiones en un instante, así como lo hago yo… sin alzar la voz. Qué fácil es retirarse cuando es a otro a quien haces daño,
¿verdad?... Entonces, que alguien me explique por qué es tan difícil retirarse
cuando es a ti misma a quien lastimas. Supongo que tiene que ver más con ser valiente que con ser
cobarde, me digo mientras doy un paso hacia atrás a modo de precaución.
No se puede pretender que no hacer nada cambie las cosas. Y no sé qué hago mal, pero lo hago muchas veces mal… o como leí el
otro día, no recuerdo dónde «lo estoy haciendo mal, muy bien». Sí, puede que sea eso… que me esté haciendo toda una profesional
del error. Cuando me vuelvan a preguntar a qué me dedico ya sé qué contestar:
Soy errática (y a buen precio. No te arrepentirás).
Voy a hacer un inventario de los daños:
Tuve mucho amor dentro una vez.
Y no he vuelto a sentir lo mismo desde entonces.