La vida a veces es complicada.
Y cuando no lo es, parece que buscamos esa complicación que nos falta.
Como para darle vidilla, interés, intriga o yo que se qué.
Por amor al arte… por arte de magia o simplemente porque nos da la gana.
Y no es que me esté poniendo dramática, que a veces lo soy.
Lo reconozco.
Pero es que hay días en los que siento que el mundo se está volviendo loco.
Que la gente ha perdido sus principios, el respeto y en muchas ocasiones, también los nervios…
Hay un tema de debate entre mi gente.
Un tema al que le damos vueltas y más vueltas desde hace tiempo y que ya, sin más vueltas que darle, acaba en mareo.
Nos preguntamos si la rareza está en los demás o en nosotras mismas y no nos la vemos.
Barajamos las cartas, repartimos y como quién juega al “uno”, ponemos sobre la mesa los diferentes puntos, los fugaces momentos, las extrañas situaciones que nos llevan a pensar sobre lo que está bien o lo que está mal y acabamos por no entender nada, ni el comportamiento de la gente, ni su capacidad para afrontar, ni su actitud ante la vida, ni su aptitud resolutiva.
Estamos en una edad en la que sabemos lo que queremos.
Hasta el día de hoy… años atrás… nos podíamos excusar en la inexperiencia, en la adolescencia, en la ausencia de sensatez, en la locura, en la inmadurez… en tantas y tantas cosas que quizá antes si que nos servían de escudo para hacer las cosas mal y no sentirnos mal por eso…
Pero ahora no.
Ya no.
Tenemos de todo.
Hemos aprendido de todo.
Hemos disfrutado de casi todo.
De lo bueno, de lo malo, de lo ya olvidado.
Y sin darnos cuenta, sin quererlo, maduramos.
No queríamos crecer, pero crecimos.
Y a veces me gustaría retroceder en el tiempo y volver a ser la misma loca insensata de hace unos años.
Pero por mucho que lo pienso, por mucho que lo intento… no puedo.
Y me encuentro siendo niña, pero también mujer.
Niña, porque nunca me adapté a un mundo de adultos lleno de caras largas.
Nunca me adapté y nunca pienso hacerlo.
Y adulta, porque descubrí que la gente miente por costumbre, anda falta de tacto por defecto, por no nombrar la delicadeza, el miramiento o la ética… entre otras carencias.
Que muchas veces carecen también de sentimientos.
Y aún no teniéndolos, los dicen.
Los cuentan.
Como cuentos.
Cuentos que ya no duermen como cuando éramos críos.
Hablar por hablar.
Sentir por sentir.
Joder por joder.
Echo de menos aquella sensación que tenía con quince años.
Todo el mundo era bueno.
No existía la violencia como ahora.
Ni los antros, ni las drogas, ni la muerte, ni el dolor.
La única preocupación que tenía era la de intentar ser la mejor de mi equipo, cargármelas a la espalda y hacerles ganar el partido.
Otra cosa que me quitaba el sueño era la de poder administrarme la pequeña paga que me daban, decidir sobre si ir al cine o comer pipas en cualquier parque, o si fumarme mi primer cigarrillo o no.
Que tiempos…
Era una cría, si.
Sentía como que no encajaba donde estaba, pero era feliz.
Inocente.
Me sigo sintiendo igual.
Me sigo creyendo todo lo que me dicen, me sigo adaptando a las situaciones que me toca vivir, me sigo sintiendo capaz de lograr casi todo lo que me proponga y sigo pensando que me como el mundo el día que quiera.
Eso si no me come el antes a mi.
Pero es lo que hay, es lo que siento.
Un puzzle de infinitas piezas que acaban encajando unas con otras.
Hegemonía perfecta.
Aunque no quiera.
Aunque el puzzle se convierta en cruz, una vez colocadas las esquineras.
Da igual, todo acaba encajando un día u otro, con paciencia y más paciencia.
Y si mi sobrina es capaz de resolverlos aunque tengan 300 piezas, ¿porque no voy yo a ser capaz de completar mi puzzle interno? sabiendo de antemano que esta hecho de muchísimas menos piezas...
No quiero ponerle fin a nada, me gustaría que todo fuese cierto, me gustaría creer de nuevo en las personas, apostar por ellas con la tranquilidad de saber que no fallarán, esa tranquilidad que ahora me falta.
Que no se donde está y que no se si volverá.
Seguramente se fue tras los que alguna vez me fallaron y me hicieron descreer.
No lo sé.
Creo y descreo.
Creo y descreo.
Una y otra vez.
Y así me encuentro, escribiendo y escribiendo con un poco de desazón y un mucho de agotamiento venido a menos al ponerlo entre mis dedos.
Podría hablar horas y horas sobre la hipocresía, sobre la dejadez, sobre la mentira, sobre la indiferencia, sobre el olvido, sobre el tiempo, sobre los sueños, sobre promesas que no se cumplieron, sobre la injusticia, sobre la madurez, sobre la muerte, sobre la vida, sobre sentimientos que por suerte no me faltan y siento, ellos no se fueron… sobre ti, sobre mi, sobre ellos y ellas, sobre cualquier cosa, con o sin sentido…
Porque con cualquier cosa, soy y siento.
Y aunque a veces no encaje, aquí estoy.
Yo que no soy capaz de hablar lo que escribo.
Y que siempre escribo lo que no digo.
Lo dicho, será que soy yo la rara…
Y no quiero admitirlo.