HUELLAS en la arena y en el ALMA
Tenés en la mirada tanta dulzura… que
¡joder!, no sé qué hacer con ella.
Te
la abrazaría toda.
Me la quedaría.
Llenaría mi capacidad hasta el borde para cuando me falta.
Para
cuando soy consciente de mi dureza y no encuentro delicadeza por ningún sitio.
Para
cuando me intuyo fría o dolorida y no sé qué hacer conmigo.
Eres
tierna. Muchísimo.
Y
parece que (eso) te da rabia y yo no entiendo el porqué.
Pero
es tu motivo y lo respeto.
¿Recuerdas
cuando hablamos de la lealtad?
Pues
eso. A tu lado, y no hay nada más que decir.
Llorar
no es una debilidad.
Es
más, hasta diría que es algo que solo se permiten los valientes.
Pelar la corteza, bajar la guardia, derribar el muro que nos rodea a golpe de lágrimas es, sin duda, señal de fortaleza.
¡Qué osadía! Permitirse en estos tiempos algo de sensibilidad y no salir mal parada por ello. Y qué bonita estás cuando te emocionas, niña… ¡Qué bonita!
Aquí
estoy, pensando en vos y en lo cerca y lejos que estás de mí. Y sonrío.
Siempre
me pregunto por qué las cosas buenas son tan efímeras.
Etéreas
tal vez e intangibles, ya no sé…
Sonrío
al recordar estos cuatro putos días que se han esfumado como si nada.
Cuatro
días para vencer los miedos, reír hasta morir y arreglar el mundo
(porque
tiene arreglo, de momento) pero mañana vuelve a preguntarme por si ha cambiado
algo. Que ahora, en apenas unas horas, se pone todo del revés… ya sabés.
Te
prometí no pensar tanto en las cosas, no darle vueltas y vueltas a la cabeza
hasta marearme y lo estoy intentando. Créeme.
Tengo
que desacostumbrarme, desaprender lo aprendido y eso requiere de tiempo.
Fluir
cuando parece imposible.
Sentir.
Doler.
Porque
ahora me duele lo lejos que te fuiste y necesito la facilidad que te acompaña y
con la que me hablaste.
Me
llenaste la casa de alegría.
Está(s)
por todas partes.
Y
ahora la distingo vacía.
Creo
que a eso se le llama morriña.
Extrañar
y conmover.
Voy
a ver que hago con todo esto, mi niña…