Exhalo suspiros,
silenciosos,
Mientras tu calmas mi infortuna.
Llegaste de la nada,
a ocupar un todo.
No quería sentir.
Y siento.
No quería pensarte.
Y pienso.
No quería extrañarte.
Y extraño.
No quería necesitarte.
Y necesito.
Nada quería.
Eso parecía.
Eso me decía.
Eso me convencía.
Intentaba negarme cualquier tipo de sentimiento.
Y ahora me doy cuenta, que cualquier tipo de negación carece del más mínimo sentido.
Nunca tuve miedo.
Sigo sin tenerlo.
Nunca quise explicaciones.
Sigo sin quererlas.
Nunca quise etiquetas.
Sigo sin ponerlas.
Costó entender la transparencia.
Costó sentirse bien con ella.
La paciencia nos dio ánimos,
quizá también alas.
Recuperando al compás,
la ilusión fracasada.
Recomponiendo y pegando de nuevo,
los mil y un trozos que desgarrados,
se esparcían por el suelo.
Con paciencia,
con esmero,
aposté por ti,
convencida,
sabía…
que contigo,
ganaría.
Yo que casi siempre me equivoco,
que vivo la mayoría de mis días,
en una realidad paralela,
sintiéndome cursi princesa,
en mi cuento inaudito,
sin vestidos,
recogiendo ciruelas del manzano,
en una carroza destartalada,
que nunca se convierte en otra cosa
y casi siempre descalza por no poder encontrar
aquel zapatito de cristal,
que pueda encajar en este gran pie que me hace andar.
Siempre quise ser grande.
Sin dejar de ser pequeña.
Siempre quise encontrar,
lo que hoy, tu me das.
No quiero un conmigo que sea sin ti.
Ni un sin ti que sea conmigo.
Me acostumbraste…
Me ilusionaste…
Me enamoraste…
Me siento tan feliz..
“me felizitaste”