No sé, últimamente sé pocas cosas. Repito demasiado estas palabras. Estoy rara, no estoy bien. Y tengo que hacer algo al respecto, pero no sé el qué.
El otro día
lloré, por fin. Y lo disfruté. Qué sensación tan absurda: sentirme
bien por desahogarme y mal por estar jodida. Notar cómo
apenas puedo respirar, cómo siento la asfixia mientras que
no me olvido de sonreír.
Cuando de
golpe te pones a llorar sin motivo aparente de impotencia, de rabia, por no ser
capaz de controlar tu estado de ánimo, tu estado de sitio, tu espacio
tranquilo. Cuando te
ves sumergida de pies a cabeza en una vorágine de sentimientos que no puedes entender y que sabes que no te hace ningún bien y que, aun así, siguen
estando ahí, un día y otro… y solo te pides un poco más de paciencia para que
todo vuelva a su lugar (más pronto que tarde) porque sabes que en algún momento
todas las aguas vuelven a su cauce. Cuando
decides acostarte antes de cenar porque lo único que necesitas es un poco de
silencio o dormirte para que ya sea mañana y quizá te levantes mejor, o no. Dormir como
solución.
Llevo
demasiado tiempo sintiéndome así. Con la
sensación de no encajar en ningún lugar. De haber(me)
perdido por el camino a no se sabe dónde, de haber(me) encontrado con algo que
no necesito y no poder desprenderme de él ni de todo lo que trae consigo.
Y es muy
fácil decir: desconecta. Lo realmente
difícil es volver a conectar. No hay botón
que apretar, ni opción de quita y pon donde prefieras. No se pueden chasquear
los dedos y aparecer en otro lugar como por arte de magia, no se puede. O quizá sea yo la que no puede, la que no sabe cómo hacerlo por mucho que lo desee, por
mucho que lo intente.
Tengo muchas
ideas, pero pocas ganas. Eso es lo
que peor llevo, la inapetencia que me invade por completo. El bloqueo
que siento con casi todo lo que intento, la dificultad que veo ante las cosas
más sencillas, esas mismas cosas a las que tan acostumbrada estaba antes de
todo esto.
Imaginar (ciertas cosas) siempre se me dio bien. Otras
en cambio, no. Y por imaginar que no quede, es más fácil intentarlo que
poner excusas. Pruebo, me obligo, me esfuerzo de verdad que sí, pero no me
da resultado. O, al menos, no el esperado.
No entiendo el porqué, pero últimamente me desinflo con casi
todo lo que intento como un globo a partir del tercer día. Uso la crítica como defensa. Nada es lo que parece, nada es lo que creía, «yo
pensaba, yo creía» (¿lo veis?, excusas). Y entonces me desmotivo, me apago, me enfado conmigo misma y
tengo la sensación de no entregarme al cien por cien con lo que hago.
Quizá lo que me pasa es que aún no sé qué es lo que quiero
hacer con mi vida (bueno, sí que lo sé, pero eso no me da de comer) y hacer las
cosas por hacerlas nunca me ha parecido una buena idea. Porque las haces, pero a medias, y después se
te queda el cuerpo a medio camino también, como es lógico.
Y mi cabeza va en una dirección (el corazón ahí plantado, sin
moverse el muy cabrón) y el cuerpo me va en otra, y llego a un cruce (entiéndase
cruce como tomar una decisión), y la flexibilidad no es lo mío y no puedo coger
tres caminos a la vez, por mucho que me estire. Vuelvo una y otra vez como una
cinta elástica al puto cruce y no avanzo.
Cuando de pequeña me preguntaban «¿qué quieres ser de mayor?», siempre contestaba que MAYOR. Y ahora que ya lo soy, que por fin me he hecho grande, sigo sin saber que contestar. O quizá, lo que pasa es que estoy vieja, me he hecho mayor de repente y me he
quedado sin fuerza y sin tiempo.
No lo sé...
- ¿A qué te dedicas?
- Hago tiempo.
Nerea Delgado.