M,
me hace llorar.
Me
dice las cosas tal y como son aunque duelan,
mientras
me pide perdón por su franqueza,
mientras
se emociona a la par que yo y me dice lo mucho que se preocupa y lo mucho que
me quiere.
Veinte
años de amistad dan para eso,
dan
para eso y para mucho más.
Porque
no hay que vivir del recuerdo,
pero
si debemos recordar…
todo
lo que fuimos una vez, todo lo que somos esta vez y todo lo que podemos llegar
a ser alguna vez.
M,
me hace pensar.
Me
dice sin tapujos lo que a veces no quiero escuchar.
Mientras
me dice: Al menos, piénsalo.
Mientras
yo le contesto: Lo haré, lo prometo. En eso estoy.
Y
consigue que le dé vueltas a todas sus palabras aunque ya no esté con ella en
el mismo lugar.
Porque
no importa el sitio, no importa el lugar…
Porque
ella siempre anda conmigo.
Revolotea
a mí alrededor y me acompaña, callada.
M,
me sigue sonriendo.
Como
aquella primera vez,
con
aquel esplendor y con tanta luz como para iluminar por completo,
aquella
pista de baile en la que tantas noches nos deslizamos y en la que hacíamos
practicas de vuelo con constantes despegos y algún que otro atierro.
Mucho
nos ha cambiado la vida,
a
M y a mí,
pero
nosotras seguimos siendo las mismas,
cambiamos,
si…y mucho…
pero
seguimos teniendo toda aquella verdad.
Más
confianza, más cariño y más amistad.
A
pesar de los errores, a pesar de las penas, a pesar de los años, a pesar de la
vida.
M,
es mi familia.
Como
dice ella…
de
esa que es elegida…
pero
es más,
al
menos yo así lo siento.
Tengo
la férrea idea,
de
que por nuestras venas…
la
sangre que circula,
es
casi la misma.
Y
que ella es,
como
aquella hermana que nunca tuve pero que siempre quise tener.
M,
me hace sentir.
Me
hace llorar y casi siempre, es de felicidad.
Porque
me hace feliz cuando me hace sentir tan querida y con ganas de volver a
despegar.
M,
está ahí…
En
la pista de baile y bailando para mí.