Me pongo en esa misma piel, la del recuerdo y la ausencia.
Me viste entera y me desnuda por completo.
Deja visible mi vergüenza y oculta mi verdad, aunque no quiera.
Con una fachada que se tambalea al más mínimo soplo que llega.
Casi dejé de escribirte, nunca de pensarte.
Pienso en la inmediatez de las palabras que ahora se dicen casi sin pensar, casi sin sentir.
Y en lo mucho que te echo de menos, aunque ya no te lo diga.
Nunca esperé una respuesta, no podías dármela.
Siempre odié el yo también… y preferí no escuchar nada a cambio.
Quise que tuvieras voz y no eco.
Sabía que me querías, y eso me bastaba.
Me quedé a expensas de un vacío que no se puede volver a llenar.
Quizá abarqué más de la cuenta y no pensé en mi propia tristeza.
Y créeme cuando te digo que esa sí que es capaz de ocuparlo todo.
Y es esa ausencia desmemoriada la que hace que a días vaya olvidando tu cara, no es que con ella venga el olvido, ni mucho menos que yo lo acepte, solo es que empiezo a confundir el recuerdo de todo lo que es tuyo, incluso el sonido de tu risa se torna débil al instante, como el de tu voz…
Y yo suplico para que no se apaguen, no del todo.
Mientras me despido de ti con una mano y con la otra… cierro trato con el mismísimo diablo.
Hay amores que nunca mueren y personas que tampoco.
Y a los que nos quedamos aquí, solo nos queda vivir.