Me conformo con poco, ya no necesito demostrar(me) nada. No sé si es por pereza, por cansancio o por querer hacerme la vida algo más fácil, pero hace tiempo que las apariencias, a mí, ya no me engañan. Intento pocas cosas, no soy demasiado curiosa, pero si me propongo algo: pruebo, aun con miedo. Me atrevo y si fallo no lo vuelvo a intentar, cuando no lo consigo a la primera desisto a la segunda de cambio. No soy valiente siempre, soy cobarde la gran mayoría de las veces. No mido mi talento como lo hacen algunos con sus miembros. Sé que lo tengo, aunque a veces me cueste verlo.
Me observo en el espejo y ensayo mi discurso, pero he dejado de creer(me)lo. Me sobra gente y me falto yo. Cuando hago las cosas por costumbre, suelo aburrirme. Ya no voy detrás de nadie y mucho menos de quien se cree que va por delante. Voy con todo, aun a riesgo de volver sin nada, porque ya no hay nada material que me preocupe perder. Empiezo por el final como principio y principios tengo muchos; y si estos no te gustan, aún tengo más, los puedo hasta regalar.
Estoy a vueltas con la vida, la moratoria concedida se ha pasado de plazo y me desquician los trámites con la Administración. No soporto las colas, ni las máquinas, ni hablar con un contestador. Prefiero las personas, aunque con algunas me retracto de lo que acabo de decir. Cada vez tengo menos paciencia y soy menos comprensiva, empatizo solo con quien me cae simpático y he dejado de ponerme en otra piel que no sea la mía. Todo el mundo merece una oportunidad, que no dos; aunque conmigo siempre hago la excepción que confirma la regla porque yo lo valgo y los demás, pues… puede que no. Hago cada vez menos favores, sobre todo cuando me los piden sin un poquito de por favor.
Estoy cansada de estar cansada, valga la redundancia. De tener que estar siempre disponible y de que no solo lo parezca, sino que, además, deba y tenga que estarlo. Que me hagan creer que es mi obligación (obligación de la que ellos están exentos, pero parece ser que el resto no). Estoy cansada de que la gente me necesite más de lo que yo a ella; de que invadan mi espacio y que se crean con el derecho de poder hacerlo; de tener que posponer mis cosas al momento que los demás decidan que es el correcto y que, encima, lo hagan sin preguntar. Ya no espero una señal, me aburrí de tanto esperar. Nunca llevo reloj y, aun así, soy puntual. Odio cuando alguien se toma el privilegio de malgastar mi tiempo porque no me gusta perderlo; salvo cuándo y en lo que yo quiero.
He dado más de lo que me han robado y he perdido más de lo que me han regalado. Pienso en alto más de lo que aconsejan y suelo hablar con silencios que la gente no entiende. Me he arrepentido de algún discurso por no saber callarme a tiempo, pero nunca lo he hecho por alguno de mis silencios. Pensar en alto lo consiguen pocas personas, que no sea necesario ni hablar lo consiguen menos aún. Me gusta hablar de las cosas que importan y de las que no, pero si me preguntas cuáles me gustan más: te diré siempre que las primeras. Con la cara pago, con la mirada mato, así que ten cuidado… No soy tan buena como parezco, ni tan mala como pretendo. Estoy en plena crisis de los cuarenta, pero con cinco años de retraso. Tengo excedente de ironía y déficit de atención, y una balanza estropeada que no funciona ni aun con pilas nuevas.
Prequiero lento y desquiero rápido. Se me pasa el amor como el arroz, hace tiempo que no consigo hacerlos al punto a ninguno de los dos. Con todo lo que no digo escribo libros como churros. Por cierto, churros hace mucho tiempo que no como… Me siento más anónima de lo que quizá soy. Pensaba que era todo lo que necesitaba, pero me he dado cuenta de que eso ahora ya no me basta. Solo me lanzo a la piscina cuando sé que no está vacía. Me he vuelto práctica, parece ser…
No acabo de sentirme ubicada en ninguna parte. No consigo echar raíces en otro sitio que no sea este. Y me gustaría poder echarlas en otro lugar, para tener así más opciones de escapar. Dos mejor que una, casi siempre. Voy y vengo, me mantengo… aunque a veces me cuesta un mundo poder hacerlo. Tal día como hoy, pero de hace 17 años inauguré este blog. Nunca pensé que llegaría tan lejos, nunca creí que pudiese mantener algo durante tantísimo tiempo. No suelo arrepentirme de nada, aunque muchas veces acabo preguntándome: para qué o por qué habré dicho o hecho tal cosa, sobre todo cuando es algo que ha dejado de importarme… No sé si mis problemas son más grandes o mi capacidad para afrontarlos más pequeña, pero ya no resuelvo mis conflictos con tanta facilidad como antes. Me hago demasiadas preguntas, pero no me doy tantas respuestas. Tengo razones por montones y más de cien excusas que intento no utilizar si no es necesario. Siempre se me dio bien inventar pormenores mayores, esa es la verdad.
Sé cómo meter el dedo en la llaga, sobre todo a mí misma. Hurgarme en la herida y que no sangre, o que no sangre demasiado. Que deje de sangrar no significa que deje de doler. Debajo de la piel me cruza un río de punta a punta que no se vacía nunca. Mi tristeza no admite engaños. Es insiste, y casi permanente. Tengo un peso que muy a mi pesar, me pesa más de la cuenta y que apenas puedo cargar ya. Es evidente que la vida no me ha tratado debidamente y que he sido víctima de mi propia desdicha. Estoy más triste de lo que me gustaría, y también mucho más de lo que debiera. Pero, aunque no me haga ni puta gracia, sonrío igual. O por lo menos, a medias.
La inmensidad de esta nada es demasiado grande; me viste por completo, pero me sobra traje por todas partes. Solo hay nada y esa nada lo es todo. Desde hace tiempo no estoy calculando bien la dimensión de las cosas y constantemente me veo sobrepasada. Casi siempre quiero hacer lo que antes hacía solo a veces. Habito un lugar que tiene por nombre Tristeza, y en el que el sol hace conmigo lo mismo que hace con los girasoles.