Los días han ido pasando lentamente, sin más preámbulos. El tiempo nos ha olvidado y se ha convertido en un montón de horas perdidas que no caben en ningún reloj. Demasiados cambios para una vida tan rutinaria como la mía. Tantos, que me ha costado un mundo volver a poner las cosas en su lugar; en el mismo que tenían antes o en el que yo creo que es el lugar correcto en el que deben estar. Todavía es pronto para afirmar que todo está en su sitio y la verdad es que, ahora ya no sé, quién es quién, qué pertenece a qué o dónde debo poner algunas de mis cosas para que no (me) molesten más de la cuenta.
Se me ha ido de las manos tantas veces, tantas cosas… que prefiero no hacer inventario de tan magno desastre. Me ofrezco una tregua, merezco un descanso, creo que me lo he ganado y que es necesario. No sé qué parte de mí abandoné primero, pero me quedé rezagada en algún punto de mi existencia. Ojalá algún día asuma que no todo depende de mí y aprenda a cargar con la responsabilidad que solo a mí me toca. Supongo que mi error, uno de tantos, ha sido querer vivir este presente anclada en otro pasado, aferrarme a un recuerdo, estancarme en él y no cuidar del todo este ahora que ya nunca más va a volver.
Siempre me pasa lo mismo, confío y espero que no me vuelva a pasar, pero no despliego más defensa que esa. Doy oportunidades y espero, vuelvo a dar más oportunidades y no sé qué espero, esa es la verdad. Me paso la vida viéndolas venir y cuando por fin llegan (siempre) me pillan desprevenida. Es el cuento de nunca acabar…
Y era de esperar, lo que no esperaba es que pasara tan pronto. Se trata de avanzar, no de continuar con lo que no funciona. Y lo que teníamos no lo hacía, lo nuestro había dejado de funcionar. No sé cómo, ni cuándo, ni por qué dejó de hacerlo, pero pasamos de todo a nada con una asombrosa e indignante facilidad. Ya no jugábamos bonito, ya no jugábamos a nada. Y jugar por jugar, a esta edad, es una pérdida de tiempo que ya no me apetece perder. Cuando se llega a ese punto en el que ya no se siente amor (amor de verdad) o a ese otro en el que se pierde la ilusión y todo se vuelve compromiso u obligación; lo mejor es quedarse en el banquillo y dejar que otros jueguen. Porque intentar mantener el amor por lo que una vez hubo es un auténtico error. Soy consciente de que el sentimiento cambia, que el paso del tiempo lo transforma y que pierde gran parte de su intensidad, pero tampoco quiero estar por estar, o mirar y no reconocer a quien tengo al lado, ni anhelar todo el tiempo a la persona que fue y de la que ahora ya no queda ni rastro. Demasiados anhelos que echar de menos, todavía no estoy preparada para eso.
Mientras, pienso seguir con esta manera horrible de decir las cosas; que las entiende todo el mundo menos la persona que yo quiero que las entienda. Me ha pasado tantas veces que, sinceramente, me da igual una más. Parece ser que ya no son adecuadas ni una sola de mis palabras y que he perdido claridad en mi mensaje; seguramente también habré perdido la capacidad de decir con mis letras lo que otros sienten y piensan; o puede que, simplemente, perdiese ese superpoder, el mismo día en el que te conocí y que no me haya dado cuenta hasta ahora.
Conocer (tanto) a alguien sin conocerla y desconocerla cuando la empiezas a conocer. Por eso es mejor no tener muchas expectativas antes de hora y dejar que todo fluya cuando le toca. Quizá así, de esta forma, no nos llevaríamos tantas desilusiones a la hora de la verdad. Si tuviéramos menos prisa por idealizar a quien todavía no ha hecho nada por merecerlo, creo que todo sería mucho más fácil. Me cuesta y me duele reconocerlo, pero me guste o no: es lo que hay. Debería aprender de una vez por todas y no dejarme engañar por las apariencias; lo que otros se imaginen de mí es algo que no puedo controlar así que, allá cada cual, con sus decepciones. Quizá la próxima vez sea la definitiva, quizá la próxima vez sea la mía, quizá, quizá, quizá…
Mi equilibrio no puede pender de un hilo mal tensado, ni yo quiero estar en la cuerda floja, día sí y día también, pisando el límite de esa línea que tanto cuesta trazar y que nunca se debería cruzar. Para alguien tan torpe como yo es realmente agotador intentar mantener la compostura durante tanto tiempo, todo el tiempo.
Olvidamos la forma de querernos, olvidamos cómo era quererse de verdad. Dándole prioridad cada una a lo suyo en vez de a lo nuestro y dejamos de jugar a lo mismo, dejamos de hacerlo bonito, dejamos de ser un equipo. Primero lo mío, después también lo mío, y ya si eso… si nos sobra algo de tiempo, quizá nos pongamos con lo tuyo. Así, no se llega a ningún sitio. Si perdonas; perdona, si olvidas; olvida… pero no se puede estar reprochando siempre lo mismo.
Me he dado cuenta de que lo que no me gustaba de ti era yo a tu lado. Y ante semejante bofetada de realidad, lo único que he hecho ha sido proteger mi otra mejilla, por si acaso. Llámalo instinto, llámalo supervivencia: da igual cómo se llame, da igual qué nombre tenga. El día que descubrí esto fue uno de los más tristes que recuerdo. Y ese fue el día que me caí del pedestal, pedestal al que yo no me quería subir, pero al que tú me lanzaste antes de tiempo.