Volver
al principio, al origen de todo.
Nunca
lo vi como una opción.
Ni
como una solución.
Jamás
pensé que acabaría siendo una salida o una vía de escape hacia ninguna parte.
Y
mírame hoy, a un solo paso de materializarlo, de hacerlo.
Estoy
a un suspiro de dejar que corra el aire, de abrir puertas y ventanas y que una
bocanada de viento entre hasta dentro.
Es
una primera toma de contacto, como una prueba.
Ahora
hacer planes a una semana vista es todo un despropósito.
Así
empezamos hace un año y mira cómo estamos, cómo seguimos, hasta donde hemos
llegado…
Llevo
tanto tiempo acostumbrada a ser la fuerte que mostrar por primera vez mi débil
consecuencia y mi vulnerabilidad ha sido una extraña mezcla de muchas cosas.
Necesidad
de cariño. Una tierna súplica que por fin me he atrevido a pronunciar.
Supongo
que ya me da igual perder el estúpido estatus de seguridad que siempre tuve o
la aparente firmeza que siempre mantuve.
Pero
lo dije, por fin lo dije y no me arrepiento, ni tampoco me avergüenzo.
Lo
dicho, puede que ya me dé igual…
¿Cuántas
veces necesité esa pregunta y no escuché nada?
Con
lo fácil que es preguntar… ¿cómo estás? y prestar atención a lo que te cuentan…
Desde
los ojos de mis padres veo el abismo que nos separa.
Siento
un vértigo desmedido entre su generación y la mía.
Y
una distancia infinita que no nos permite entendernos por mucho que lo
deseemos.
Nunca
había sido tan consciente de esta situación.
Supongo
que han cambiado las cosas o que las prioridades ya no son las mismas.
La
lejanía más cruel creo que es la emotiva.
No
ser capaz de demostrar las emociones o, dicho de otra manera, ser incapaz de
demostrarlas si no son materiales.
Hay
cosas que no se ven, que no se pueden tocar, que no se pueden comprar…
pero
que existen y que se pueden sentir.
Y
no hace falta ser extremadamente sensible para notarlas.
Un
abrazo, una caricia, un "todo va a salir bien” son tan rentables, tan
efectivos…
que
deberían cotizar en bolsa. Seríamos todos tan ricos.
Y
así me veo hoy, yendo a buscar todo lo que me falta con unas ganas locas de
tenerlo.
A
casa, al hogar.
Al
lugar desde el que me diste tu último adiós y que yo no escuché…
A
ese punto del mapa en el que me resulta imposible no sentir.
Y
contemplar aquel cielo. Tu cielo.
Apagar
el interruptor.
Observar
y encontrar en lo más alto aquella luz incandescente que siempre lleva tu
nombre.
Hay
tanta belleza en la oscuridad, las estrellas solo salen de noche.
Lo
mejor de ir es volver, una y otra vez.
No
puede volver lo que no se ha ido.
Aquí
nos encontramos (siempre) los cuatro.