Tengo una sensación inerte.
Que no late, no encuentra atisbo de vida.
Es como un rasguño en el alma, que no pica, que no escuece.
Así que ni me molesto en soplar.
Bajo mi piel está todo lo que no sé decir y no necesita aire que respirar para seguir ahí, como a escondidas.
Y tampoco cicatriza.
Sigo huérfana de palabras y empiezo mis poemas, con cero confianza.
Pero lo intento, porque nunca me ha costado tanto expresarme como ahora.
Mis andares son pesares.
Y ya no sólo arrastro mis pies... arrastro las palabras como quien barre en casa y lo mete todo bajo la alfombra.
Empiezo a acumular frases inconexas, sentimientos, cosas que decir…como si después fuese a hacer algo con ellas.
Pero no es así. No hago nada.
Y me propongo olvidarme de todas las dudas, de los lunes y los martes.
Y de todas esas noches que se me atascan… pero tampoco lo consigo.
Y van pasando los días mientras que yo estoy estática.
Y siento un vértigo horizontal cada vez que me pongo de pie…que me aturde, me incomoda y me molesta.
Soy totalmente activa dentro de mi pasividad.
Y tanta tranquilidad e indiferencia me supera, es más, me bloquea.
Me calcé esta mañana un par de zapatos nuevos y ese fue mi paso por el día, andar pisándolo.
Y ahora que me descalcé y ando así por la casa, sin nada, elevo los pies como en un ejercicio más mental que físico, me siento en esta butaca y busco el equilibrio entre mis andares, mis pesares y mis palabras.
Hay un antes y un después de todo esto y volver a lo anterior ya no es posible.
Y sigo buscando el camino que me lleve de nuevo a casa, aunque es como una carrera de obstáculos y todo me cuesta, como mínimo, tres veces más que antes.
Hay un nuevo inquilino en mi vida, el miedo.
Es traicionero, no lo ves venir y no sé qué hacer con él, yo que nunca lo he tenido.
Me quedo pensando en todas las posibilidades y no me gusta donde me llevan.
¡¡Puto miedo. Nos cuida, sí, pero a qué precio!!.
Niña,
las cosas
no pueden ser
lo que esperas,
porque ya
son lo que son.
(Retratos de lo invisible)