Me llamabas, pronunciabas mi nombre y mi esencia se desvanecía
hasta tu boca.
Te dejabas llevar por mí y ese te parecía el mejor plan…
Cuando tú no sabías dónde ir yo siempre estaba dispuesta
a perderme contigo.
Fluía, era evidente.
Tenías esa gracia para la cual yo no estaba preparada y
así con mucha tontería y muchas risas, derrumbaste mi fachada y rompiste mis
esquemas.
Te prometí amor eterno si seguías haciéndome reír de
aquella manera.
Fue lo único que te pedí y tú me lo diste.
Cuando reíamos a carcajadas, era otra forma de hacernos
el amor.
Y cuando me hacías reír de aquella manera, intuía que en algún
momento también me harías llorar con la misma intensidad.
Sabía que iba a tener que llorar por ti algún día, cuando
me decías, te quiero feliz y libre.
Porque esa libertad, yo la encontraba contigo, no sin ti.
No es lo que atrae, es lo que atrapa.
Y tú, me conquistaste de la noche a la mañana… y me costó
dejar de quererte, porque empecé a quererte sin querer. Y sin querer, me
enamoré.
La risa por fuera, el desastre por dentro.
No queríamos ser iguales al resto.
Queríamos marcar la diferencia.
Queríamos ser diferentes.
Y lo conseguimos durante algún tiempo.
Mientras que todo el mundo nos decía que éramos muy
distintas nosotras nos reíamos…
Porque en el fondo éramos iguales…y tu y yo, lo sabíamos.
Todos aquellos parecidos hacían que estuviéramos juntas.
Todas aquellas diferencias hacían que quisiéramos estar
juntas.
Y nunca fue un problema, hasta que lo fue.
Y entonces conocí la distancia, la indiferencia, la
soledad interna, el cambio y la tristeza.
Imagina lo mucho que tuvo que doler para que alejarme
fuese la mejor decisión.
Desmemoriada quiero estar. Para dejar de recordarte a mi
manera.
Porque no debo olvidar, que así te vi al principio, durante…
pero que al final, cambiaste y ya no eras la misma, ya no eras la persona de la
cual me había enamorado.
Y porque todo ese dolor me enseñó, que…
Ni se puede vivir del pasado ni se debe vivir de un
recuerdo.