Me asombro a veces ante mi imaginación. Ante la facilidad que demuestro en ocasiones para evadirme de las conversaciones y volar a otro mundo.
Alicaída en formas, parezco despegar del mundo de los vivos, con gran esfuerzo y despacito, consiguiendo alzar el vuelo a duras penas…con las revoluciones aceleradas para no perder altura…dibujando alípedes en mis extremos que me hacen planear en el aire sin apenas pretenderlo.
Desplegando poco a poco mis alitas, esas que dan vida, con sus veloces movimientos y que cortan los silencios.
Altitudes altas que ahogan mis constantes.
Latitudes prefijadas que me hacen sentir en casa.
Meridianos que atraviesan mis mapas, me dicen donde empiezan, me dicen donde acaban.
Subiendo y bajando, me paso el día volando.
Empiezo el juego, me comparo.
¿Que animal podría ser, en este vuelo izado?
Altos vuelos para mis ojos, a mi imaginación, porque sigo sentada en una silla, enajenada, distraída y mirando por la ventana…
Me doy cuenta, sonrío y sigo jugando…se esta mejor ilusionando.
Un zumbido me despierta, me molesta.
Descubro que nuestra vida, es una colmena.
Gran enjambre lleno de habitantes.
Colmena donde hay miles de abejas y una sola reina.
Viva el poder de la hembra.
Gran ciudad donde habitan sin espacios 30000 rayadas zumbando.
De las cuales hay centenares de machos y el resto de millares son obreras trabajando.
Y la reina mandando.
Fecundando.
Disfrutando.
Y los demás, sudando.
No encuentro tanta diferencia, en lo que es su vida y lo que viene siendo la nuestra.
Nos pasamos el día haciendo miel, que luego otros prueban.
En pequeños tarros que llenamos.
Y a oscuras, en la despensa, los guardamos.
Me despierto.
Mi reunión de trabajo, ha terminado.
Yo, me voy volando.
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