Un café, un cigarro, muchas ideas desordenadas y una sensación, quizá también desordenada que sobrevuela por la habitación.
Han pasado muchas cosas estos días, desde un agobio inaudito, vituperable… a la más absoluta calma, de ceño fruncido constante a carcajada, de falta de sueño a dormir a mis anchas, de llegar a sentirme demasiado poblada a incendiarme y ser devastada.
Y con esa devastación, sentirme bien, sentir que vuelvo a renacer.
Me hago mayor y con el “crecer” me voy dando cuenta del molde que me hice a medida, un lugar donde sentirme bien, en el que apenas dejo entrar y en el que voy puliendo a una velocidad ralentizada todas las manías que he ido adquiriendo con el paso de los años…
Me excuso en voz alta de todo ello, pero me juzgo en voz baja con una tiranía impropia con la cual puedo llegar a hacerme mucho daño si no la freno a tiempo.
¿Y qué saco en claro de todo esto?, quizá un afán egoísta, que me hunde de vergüenza en la bajeza, al tener que forzarme a hacer cosas que no salen por si solas cuando deberían hacerlo sin problemas.
Me sentí mal entonces y me siento mal ahora.
Me llamas, te enfadas y me echas la bronca por no decir nada.
Yo me enfado y te echo la bronca a ti por decir demasiado.
Y así estamos…
Me alteras, me provocas, me bloqueas, me sugestionas y me impones tu pensamiento como si yo no tuviera uno propio, siempre piensas de forma derrotista y retrógrada, hablas y hablas y no escuchas… y cuando me llevas al límite y haces que pierda las formas, siempre recurres a la emoción y las lágrimas dejándome en fuera de juego y sin ganas de seguir conversando.
Tu tienes una visión de las cosas, que no siempre es la más acertada.
Yo tengo otra que muchas veces se equivoca e intentando arreglar el mundo, no llegamos a arreglar nada.
Estamos siempre igual.
Y en ese margen de error, la obcecación nos arrastra a una cabezonería muchas veces impropia y surrealista y que por paradojas de la vida me brinda una clarividencia absoluta, la mayoría de las veces un poco tardía pero nunca confusa, de que la diferencia entre tu y yo, no es otra, de que tu eres la victima y yo soy el verdugo, de que tu ya nunca más podrás sentirte feliz y de que yo ando siempre en busca de esa felicidad sin cesar.
Y cuando me llega, la sé cuidar.
Somos muy distintas, esa es la verdad.
Y a esa diferencia siempre le doy las gracias.
Y ahora, mamá, piensa en algo real… deja de soñar y llorar, piensa en algo que te pueda hacer cambiar ese estado de ánimo al que te has acostumbrado y pide, que yo te lo consigo, que aunque me cueste la vida, por ti, la doy sin reparos.