No busques poesía tradicional en este blog. Esto es lo más parecido a un poema que soy capaz de escribir.

lunes, 25 de diciembre de 2023

Balance

Me conformo con poco, ya no necesito demostrar(me) nada. No sé si es por pereza, por cansancio o por querer hacerme la vida algo más fácil, pero hace tiempo que las apariencias, a mí, ya no me engañan. Intento pocas cosas, no soy demasiado curiosa, pero si me propongo algo: pruebo, aun con miedo. Me atrevo y si fallo no lo vuelvo a intentar, cuando no lo consigo a la primera desisto a la segunda de cambio. No soy valiente siempre, soy cobarde la gran mayoría de las veces. No mido mi talento como lo hacen algunos con sus miembros. Sé que lo tengo, aunque a veces me cueste verlo.

Me observo en el espejo y ensayo mi discurso, pero he dejado de creer(me)lo. Me sobra gente y me falto yo. Cuando hago las cosas por costumbre, suelo aburrirme. Ya no voy detrás de nadie y mucho menos de quien se cree que va por delante. Voy con todo, aun a riesgo de volver sin nada, porque ya no hay nada material que me preocupe perder. Empiezo por el final como principio y principios tengo muchos; y si estos no te gustan, aún tengo más, los puedo hasta regalar.

Estoy a vueltas con la vida, la moratoria concedida se ha pasado de plazo y me desquician los trámites con la Administración. No soporto las colas, ni las máquinas, ni hablar con un contestador. Prefiero las personas, aunque con algunas me retracto de lo que acabo de decir. Cada vez tengo menos paciencia y soy menos comprensiva, empatizo solo con quien me cae simpático y he dejado de ponerme en otra piel que no sea la mía. Todo el mundo merece una oportunidad, que no dos; aunque conmigo siempre hago la excepción que confirma la regla porque yo lo valgo y los demás, pues… puede que no. Hago cada vez menos favores, sobre todo cuando me los piden sin un poquito de por favor. 

Estoy cansada de estar cansada, valga la redundancia. De tener que estar siempre disponible y de que no solo lo parezca, sino que, además, deba y tenga que estarlo. Que me hagan creer que es mi obligación (obligación de la que ellos están exentos, pero parece ser que el resto no). Estoy cansada de que la gente me necesite más de lo que yo a ella; de que invadan mi espacio y que se crean con el derecho de poder hacerlo; de tener que posponer mis cosas al momento que los demás decidan que es el correcto y que, encima, lo hagan sin preguntar. Ya no espero una señal, me aburrí de tanto esperar. Nunca llevo reloj y, aun así, soy puntual. Odio cuando alguien se toma el privilegio de malgastar mi tiempo porque no me gusta perderlo; salvo cuándo y en lo que yo quiero. 

He dado más de lo que me han robado y he perdido más de lo que me han regalado. Pienso en alto más de lo que aconsejan y suelo hablar con silencios que la gente no entiende. Me he arrepentido de algún discurso por no saber callarme a tiempo, pero nunca lo he hecho por alguno de mis silencios. Pensar en alto lo consiguen pocas personas, que no sea necesario ni hablar lo consiguen menos aún. Me gusta hablar de las cosas que importan y de las que no, pero si me preguntas cuáles me gustan más: te diré siempre que las primeras. Con la cara pago, con la mirada mato, así que ten cuidado… No soy tan buena como parezco, ni tan mala como pretendo. Estoy en plena crisis de los cuarenta, pero con cinco años de retraso. Tengo excedente de ironía y déficit de atención, y una balanza estropeada que no funciona ni aun con pilas nuevas. 

Prequiero lento y desquiero rápido. Se me pasa el amor como el arroz, hace tiempo que no consigo hacerlos al punto a ninguno de los dos. Con todo lo que no digo escribo libros como churros. Por cierto, churros hace mucho tiempo que no como… Me siento más anónima de lo que quizá soy. Pensaba que era todo lo que necesitaba, pero me he dado cuenta de que eso ahora ya no me basta. Solo me lanzo a la piscina cuando sé que no está vacía. Me he vuelto práctica, parece ser…

No acabo de sentirme ubicada en ninguna parte. No consigo echar raíces en otro sitio que no sea este. Y me gustaría poder echarlas en otro lugar, para tener así más opciones de escapar. Dos mejor que una, casi siempre. Voy y vengo, me mantengo… aunque a veces me cuesta un mundo poder hacerlo. Tal día como hoy, pero de hace 17 años inauguré este blog. Nunca pensé que llegaría tan lejos, nunca creí que pudiese mantener algo durante tantísimo tiempo. No suelo arrepentirme de nada, aunque muchas veces acabo preguntándome: para qué o por qué habré dicho o hecho tal cosa, sobre todo cuando es algo que ha dejado de importarme… No sé si mis problemas son más grandes o mi capacidad para afrontarlos más pequeña, pero ya no resuelvo mis conflictos con tanta facilidad como antes. Me hago demasiadas preguntas, pero no me doy tantas respuestas. Tengo razones por montones y más de cien excusas que intento no utilizar si no es necesario. Siempre se me dio bien inventar pormenores mayores, esa es la verdad. 

Sé cómo meter el dedo en la llaga, sobre todo a mí misma. Hurgarme en la herida y que no sangre, o que no sangre demasiado. Que deje de sangrar no significa que deje de doler. Debajo de la piel me cruza un río de punta a punta que no se vacía nunca. Mi tristeza no admite engaños. Es insiste, y casi permanente. Tengo un peso que muy a mi pesar, me pesa más de la cuenta y que apenas puedo cargar ya. Es evidente que la vida no me ha tratado debidamente y que he sido víctima de mi propia desdicha. Estoy más triste de lo que me gustaría, y también mucho más de lo que debiera. Pero, aunque no me haga ni puta gracia, sonrío igual. O por lo menos, a medias.

La inmensidad de esta nada es demasiado grande; me viste por completo, pero me sobra traje por todas partes. Solo hay nada y esa nada lo es todo. Desde hace tiempo no estoy calculando bien la dimensión de las cosas y constantemente me veo sobrepasada. Casi siempre quiero hacer lo que antes hacía solo a veces. Habito un lugar que tiene por nombre Tristeza, y en el que el sol hace conmigo lo mismo que hace con los girasoles. 


martes, 19 de diciembre de 2023

Los días raros

Dejé de sentir tu cobijo, no solo en los días raros, también en casi todos los demás. Empecé a notarte ausente por costumbre, a sentirte cada vez más lejana, cada día un poco más extraña… hasta que dejó de tener importancia a qué distancia te encontrabas en realidad porque siempre era muy lejos de aquí. Tan lejos de mí y de nosotras que la distancia se hizo insalvable, demasiados kilómetros entre las dos, a pesar de estar abrazándonos. Por hablar ya ni hablábamos. Y en ese no decir, nos acabamos perdiendo. Cualquier demostración de ternura parecía más una debilidad que una fortaleza que creáramos juntas. Todo era incierto, todo era cuestionable. 

No está hecho mi amor para tanta frialdad, no está hecho mi mundo para estarse quieto mientras yo no dejo de girar sin saber hacia dónde tirar. Siento mi corazón estático, débil. Me rompo como un hielo en un vaso hirviendo. Tengo un anhelo que se ha quedado sin nombre mientras te llamo a voces sin saber dónde estás. Perdimos la delicadeza, ¿perdimos algo más? ¿Qué nos pasó? ¿Se nos pasó? ¿O solo necesitábamos tanto sentirnos bien que lo inventamos sin que nos pasara en realidad? Se nos adelantó el amor en la carrera, echó a correr sin control, sin mirar atrás, abandonándonos a nuestra suerte como si compitiéramos los tres para ver quién llegaba primero a ninguna parte.

Creí que el amor era posible, aun después de tanto abandono, y ahora creo que ese sentimiento se ha quedado obsoleto, no solo en el tiempo, sino también en mi forma de pensar. Nunca tuve miedo ni al amor ni a la caída, pero ahora voy a pensármelo dos veces antes de volver a saltar. Mi cuerpo ya no amortigua los golpes como lo hacía tiempo atrás y mi paciencia se ha visto mermada por culpa de todos los errores evitables que no evité. Creo que ya no estoy a la altura de lo que me rodea y me dejo vencer por la inseguridad que me crea, volver a saltar de nuevo sin comprobar antes el estado de mi paracaídas. No tengo adrenalina suficiente para saltar este vértigo. Este mal de alturas se me queda corto de miras.

Tengo mi propia opinión, por lo que entiendo que tú también la tengas. Tenemos dos visiones muy distintas, cada una tiene la suya y las dos son válidas, las dos son ciertas. La mía es propia y puede que no sea del todo acertada, pero así la veo yo y así la defiendo. No quiero tener la razón, ya no. Me gusta explicarme cuando veo que quieren escucharme. Si no, no. 

Si dejo de sentirme escuchada, si empiezo a competir por tener la palabra, si creo que siempre tengo la razón o que nunca estoy equivocada, si pienso que mi verdad es la única que importa, si dudo del criterio de los demás y por eso decido imponer el mío… sin duda: tengo un problema. Un problema de difícil solución, y bastante peor resultado. 

Si tengo que medir mis palabras, si antes de hablar tengo que prepararlas, si tengo que ensayar primero ante el espejo todo lo que quiero decir para poder así sentirme escuchada, si prefiero no hablar de ciertos temas y los dejo pasar por pereza, si elijo callarme como respuesta… sin duda; tengo ante mí el principio del final, aunque me cueste creerlo o no tenga ni idea de cómo he llegado hasta él. 

No pido tanto, solo espero y quiero hablar con soltura. Que me dejen tener voz, aunque al final opte por callarme, escuchar sin enfadarme, hablar sin que se enfaden, que no me hagan sentir ridícula cuando digo lo que pienso o cómo me siento y no tener miedo al hacerlo. Atacar a quien no quiere defenderse es una pérdida de tiempo que no se la recomiendo a nadie. Y así conmigo y así con todo. 

Me sobran motivos y me faltan ganas, hablo más sola que contigo y empiezo a pensar que hablar ya no arregla ni sirve de nada. Voy a seguir haciéndome muchas preguntas, aunque no me guste ni una sola de las respuestas que me doy. Tengo varias razones y más de cien excusas. Parece ser que siempre se me ha dado bien inventar pormenores mayores. El amor infinito dura tan poco tiempo, y yo que creía que era para siempre…


«Puedes tenerlo todo, solo que no al mismo tiempo» Betty Friedan.

lunes, 11 de diciembre de 2023

Recordando(te) poema recitado por Auroratris





Auroratris no necesita presentación, todos sabéis quién es Ana y conocéis sus blogs. Me permito la licencia de citarlos por si alguien anda despistado o acaba de llegar. Admiro su delicadeza y esa forma tan bella de decir las cosas, tanta poesía en las venas, tanta sabiduría en las letras. Gracias una vez más por hacerme regalos tan grandes que me dejan sin palabras. ❤