MIS COSITAS

lunes, 30 de octubre de 2023

Hasta siempre, Delgaducho 🎗

Sigo atónita, incrédula, devastada. Aún no termino de creérmelo. Te has ido en silencio cuando tú siempre fuiste de hacer mucho ruido. Ya me avisaste una vez, ya atesorabas un intento fallido y ahora parece que por fin lo has conseguido. No te voy a dar la enhorabuena, perdóname amigo.

La vida se te ha quedado atrás, más bien se te ha caído y me da rabia no haber estado ahí para poder guardártela. Para después, para por si acaso, para dejarme al menos con otra sensación y no ésta de no haber estado a la altura, de no haber frenado tu caída hasta el suelo como hacen los buenos amigos. 

Ya no estás y me pregunto dónde te has ido. Si allí habrás encontrado por fin esa supuesta felicidad que aquí no encontrabas, a pesar de buscarla. Me he puesto a recordar; no he podido dejar de hacerlo desde que la noticia me ha cruzado la cara. La cara y lo que no es la cara. Me ha atravesado una lanza y ahí sigue clavada. Y duele, duele(s) mucho.

He vuelto a Madrid esta tarde, hasta ese km. 0 en el que nos encontramos. Ese punto del mapa en el que me esperaste ilusionado como un niño chico dispuesto a encandilarme, y lo conseguiste. Siempre empeñados los dos en buscar el sentido poético a todo, y míranos hoy: tú, riéndote con tus demonios y yo, llorando tu abandono.

He vuelto a la movida madrileña colgada de tu brazo. A aquel punto de apoyo que me brindaste. «Mi niña, cógete a mí, no te vayas a caer, que no me lo perdonaría nunca». No recuerdo a cuántos bares me llevaste, ni cuántas copas llegaste a pagar. Al Penta, al Aleatorio, al Libertad 8; recuerdo los primeros de la noche y después ya todo está borroso. En este último me explicaste mil batallas y me regalaste una púa de Antonio Vega mientras te emocionabas al hablar de él. Y no sé si era verdad o te lo inventaste, aunque eso ahora ya da igual. Eras así, emotivo, frágil, visceral, caótico en todos los sentidos. El macarra con más encanto que he conocido.

Nos encontramos con la madrugada, etílicos perdidos. Borrachos de amistad y risas en una noche perfecta. Buscando un hotel para ti porque el último tren de vuelta a casa ya hacía horas que lo habías perdido. «No me importa. Volvería a repetirlo. No me quiero ir» —me dijiste. Recuerdo que entonces te abracé. Y nada más nos importó en aquella esquina del último bar que cerramos. Porque éramos así, nos gustaba cerrar garitos y nos gustaba abrir corazones.

Y, de golpe, aterrizo de nuevo en la realidad, en esta casa que también te extraña. Y te veo danzando por ella como un animal enjaulado que pide a gritos que lo liberen o que lo rescaten, aún no tengo claro qué necesitabas más… si alas o amor de verdad. Recuerdo tu llamada de auxilio y me pregunto por qué no volviste a llamar, quizá ahora hubiese podido salvarte de nuevo, o tú a mí… porque, aun hoy, sigo sin saber quién salvó a quién, pero lo hicimos, y tanto que lo hicimos. 

Y te estoy viendo ahora mismo en mi comedor, sentado en el sillón y abriendo una botella de vino. Pidiéndome por favor que te diera cinco minutos (de los cuales te sobraron dos) para decirme: «Te he escrito un poema, Lauri». Poema con el que me dejaste con la boca abierta, con el que me hiciste llorar de emoción y que hoy he vuelto a leer, pero llorando de rabia. Rabia por ser tan cobarde, rabia por ser tan valiente, aún no sé qué tipo de rabia es, pero es mala.

Armabas los poemas con versos que eran balas y desarmabas a todo aquel que te leía mientras avisabas de que iban a doler. Así eras. Tenías un don, siempre te lo dije. Eras un artista de la palabra. Te relamías las heridas con cada verso que escupías. No elegiste bien a tu musa y te las hizo pasar putas. Espero que los demonios que al final han podido contigo te estén tratando algo mejor, aunque tengo mis dudas. 

Han pasado tres días y toda una eternidad desde que sé que te has ido. Ya no estás, ya no puedo preguntarte, ya no puedo hacer nada más por ti, ni tú por mí. Ya no podemos arreglar el mundo: ni el tuyo, ni el mío, ni el de nadie.

Hasta siempre, amigo.
D.E.P.


miércoles, 25 de octubre de 2023

Ropa tendida

Me olvido de todo por un rato, consigo dejar la mente en blanco; no pensar en nada, ni siquiera en ti y mira que eso casi nunca pasa. Apenas dos horas: esa ha sido mi tregua. Todo un logro. Cuando estoy mal, estoy mal para todo el mundo. Ni puedo ni sé hacer excepciones. Antes sí, pero ya no. Antes podía hacer muchas cosas que ahora ya no puedo.

Enciendo el teléfono y nada más hacerlo empieza a sonar. Me arrepiento. Hablo con mamá; mejor dicho, habla ella. Y después con papá, que mañana ya no se acordará de nada. Se me mezclan los roles. Las pautas de conducta que la sociedad me impone me tienen revuelta y hacen que lo que se espera de mí haya dejado de importarme un carajo.

Solo me apetece dormir, disfrutar de mi silencio y descansar; sobre todo, eso. Estoy en proceso de aceptación, de aceptar que esto es lo que hay… aunque sin mucho éxito, la verdad. Quiero hacer de esta premisa mi lema, pero no hay manera.

Decido ir a comprar, llenar la nevera. Tener provisiones para saciar la ansiedad. Activarme un poco, si es que puedo. Pruebo. Tengo el estómago cerrado, pero incomprensiblemente tengo ganas de beber. Me apetece que una amarga me baje por la garganta y hacerlo hasta que me sienta más feliz. El problema del borracho es que bebe de más y eso a mí, no me pasa. 

Decido ir con el coche, moverlo. Mi batería no es la única que se descarga y ya van dos veces que el coche no arranca; a mí me ha pasado alguna más. No quiero estar prendida todo el tiempo, tengo miedo de consumirme por completo. Mi piel ya no resiste más chispazos, exploté en el último intento.

Decido acercarme hasta la playa y dar un paseo con calma. Pero al llegar descubro que hay demasiado ruido ambiental. Ritmos urbanos, lo llaman. No los acabo de entender, tampoco a quién los escucha. Me voy, tratando de encontrar otro horizonte que me dé más paz. Busco otro plano en el que estar, saliéndome por la tangente una vez más. El silencio tendría que estar subvencionado.

Me acabo de dar cuenta de que decido muchas cosas. Ahora mismo, decido sentirme bien. Voy a repetírmelo hasta que me lo llegue a creer. Parece que viene, parece que llega, sí, sí, estoy bien. Decido darme un beso por ser tan decidida.

No paro de escribir. De hilar bien los temas hoy, podría haber escrito una novela. Y ayer, otra. Pero no lo he hecho, tengo demasiadas ideas en la cabeza y se pelean entre ellas, así que todo es bastante caótico ahí dentro. No hay nada como estar mal para escribir bien, —me digo. Y me echo a reír al instante por lo que acabo de decir. A veces me hago gracia…

Para mí las cosas esenciales no son materiales, pido lo que considero que merezco, pero si lo tengo que pedir muchas veces, ya no lo quiero. Llamadme rara, no me importa: me han llamado cosas peores.

La ley de la grave(r)dad. La ley de lo que es grave y de lo que es de verdad. Renunciar es lo fácil, pero solo te vuelves más fuerte haciendo cosas difíciles. Tener una vida simple te convierte en débil. Y esta debilidad que tengo no para de retarme a un pulso a la que tiene la más mínima ocasión. Llega un momento en el que tirar la toalla significa mucho más que pedir que te la cambien por otra limpia o que te cansas de ser esa toalla mal tendida que no para de dar tumbos porque ha perdido una de sus pinzas. Hasta que te caes, te pisan, te recogen y te cambian por otra nueva. Todo lo que sube, baja y tiende a caer por muy alto que esté, pero tranquila: del suelo no pasa.

Siempre he tenido la misma forma de decir las cosas y, para bien o para mal, es algo muy mío que no quiero cambiar. Con esta jodida manía que tengo de removerme siempre. Con la ropa tendida, todo por recoger y con la casa sin barrer mientras yo me dedico a gastar mi tiempo escribiendo metáforas que nadie va a entender. Por muy fuerte que sople el viento, por muy gris que esté el cielo: toda tormenta amaina. Mejor no llamar al mal tiempo porque ya viene solo.  

Me voy a casa, tengo que pasar a limpio todo esto y cerrar las ventanas. Y, por cierto, me olvidé de comprar las cervezas, eso me pasa por dejarme la lista en casa…


 

lunes, 16 de octubre de 2023

Autopoema

Empiezo este poema por aburrimiento; poema o lo que quiera que sea esto. En esta búsqueda incesante de momentos únicos que nunca llegan, me escribo a escondidas palabras tiernas para intentar curar tanta dureza. Me ofrezco pequeñas dosis de cariño para contrarrestar el silencio de otras voces, para no sentir que lo hago todo tan mal como quieren hacerme creer. Ni antes fui tan buena ni ahora soy tan mala. Un error de cálculo puede tenerlo cualquiera, pero me niego a sentirme culpable por no cumplir con unas expectativas que nunca han sido mías.

Esta soledad me pesa más de la cuenta, siento una desbordante presencia de mí misma en un espacio que se nos queda pequeño a las dos. Me escribo a escondidas palabras de aliento para que no me falte el aire. Para intentar entender esta calma intranquila, este orden caótico, esta excitación adormecida. Me tengo paciencia y me concedo el perdón por las molestias. Soy benevolente conmigo, pero no más de la cuenta.

Quiero volver a sentirme importante, aunque ya no me lo diga nadie. Esta rutina obsoleta deprecia mi valor y hace que me sienta menos de lo que soy. He dejado de buscar lo que no he perdido e intento encontrar lo que me han robado. El tiempo nunca lo voy a poder recuperar. Estoy cansada de esperar, de tirar la basura y reciclar las ganas en un contenedor que ya no tiene color y que se queda atascado cada vez que lo abro. Decido deshacerme de todo, aun sabiendo que después me voy a arrepentir.

Me escribo poemas de amor que no lee nadie y me sorprendo con las cosas que me digo. Me voy dejando notas de cariño que más tarde olvido, y sonrío cuando me las vuelvo a encontrar. Ya no digo «te quiero» si no es haciéndolo. Me hago el amor cada noche en mi habitación con un ser inerte que no me pide ningún tipo de explicación y que tampoco me da los buenos días.

Si entro a la tristeza, cierro puertas. Intento hacer con mis dramas, poesía. Hace un tiempo encontré en las letras lo que ahora no encuentro en el habla. En una ocasión escribí el poema perfecto y pese a todos mis intentos no he sido capaz de volver a hacerlo. Por no saber qué decir ni cómo decirlo, escribí dos libros. Nadie puede reprocharme que no lo intento.