Tú.
Yo.
Tu
otro tú.
Mi
otro yo.
¡Vaya
dos!
(o,
mejor dicho)
¡Qué
cuatro!
Tú.
Yo.
Tu
otro tú.
Mi
otro yo.
¡Vaya
dos!
(o,
mejor dicho)
¡Qué
cuatro!
En
aquella habitación eran muchos los elementos suspendidos en el aire.
La
mayoría palpables, pero algunos no.
Las
partículas que deja en el aire el olvido y el recuerdo también.
La
frialdad que habitaba tu lado de la cama o aquel truco de magia que aprendí
(y
que ahora ya no me sale) en el que podía verte aun con la luz apagada.
La
cercanía de una voz que no hacía más que alejarse…
O
aquel primer rayo de luz que siempre amanecía más tarde que yo y que me cruzaba
la cara tras el insomnio de una noche demasiado larga.
En
aquella habitación, no
sé cómo explicarlo…
el aire se me acababa, pero no me asfixiaba.
Ni
a 10.000 kilómetros conseguí alejarte más de lo que estaba yo de todo, hasta de
ti.
Pero
en aquella habitación encontré la forma de ausentarte (aunque fuese sólo por
pequeños instantes) y de no perderme yo de tanto buscarte…
Incomprensiblemente,
allí sentía que estaba protegida, quizá de ti y puede que hasta también de mí. Y
aunque parezca mentira, en aquella habitación fui feliz.